Tomar decisiones es un tema con el cual toda persona tiene que lidiar. Es un proceso a través del cual se selecciona la mejor forma posible de resolver alguna situación en la vida, ya sea en el área, financiera, familiar, laboral, personal, o social. La vida está repleta de pequeñas y grandes decisiones. Muchas de ellas sencillas y fáciles, pero otras grandes y difíciles. Si en este momento haces un análisis de las decisiones que has tomado durante tu vida, encontrarás que la mayoría fueron decisiones buenas y acertadas, pero que otras fueron malas o equivocadas. Quizá por la presión de la situación, actuaste apresuradamente antes de consultar a Dios en oración y esperar el tiempo preciso. Como dice el refrán popular, es de humanos equivocarse, y nadie está exento de ello; sin embargo, muchos errores se pueden evitar, orando y esperando en Dios. La Biblia presenta muchas historias de personas que tomaron buenas decisiones, así como de otras que tomaron malas decisiones. Algunas de ellas, como Elimelec, varón de Belén de Judá (Rut 1:1 RVR 1960) y de Saúl, rey de Israel (1 S. 13:13). En esta breve reflexión tomaremos el ejemplo de Saúl.
Saúl fue escogido por Dios para reinar sobre Israel, a solicitud del mismo pueblo, pues ya no deseaban que Samuel fuera juez sobre ellos, porque era anciano. Tampoco querían a sus hijos como jueces, porque andaban en malos caminos. Esa petición no agradó a Samuel, porque consideró que lo estaban desechando a él. Sin embargo, Dios le dijo que no era así, que al que estaban desechando era a Dios mismo, para que no reinase sobre ellos. Dios dijo a Samuel que Él les daría el rey que ellos pedían, y que les mostraría cómo los trataría ese rey (1 S. 8:11-22 RVR 1960).
Dios, pues, preparó el encuentro entre Samuel y Saúl, confirmándole que ese era el rey que había escogido, (1 S. 9:15-17). Samuel tomó una redoma de aceite y lo ungió (1 S. 10:1). Después de esto, Dios transformó el corazón de Saúl y lo preparó para gobernar a su pueblo (1 S. 10:9).
Luego de haber gobernado Saúl 2 años, se encontró en una situación muy difícil. Miles de filisteos se juntaron para pelear contra Israel en Micmas. El pueblo de Israel tuvo gran temor y se escondieron en cuevas, en fosos, peñascos y cisternas (1 S. 13:5-6). Saúl permanecía en Gilgal, y estaba en un gran aprieto, pues veía que el pueblo se le estaba yendo. Pero él estaba esperando a Samuel, como le había dicho (1 S. 10:8). «Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl: traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto» (1 Samuel 13: 8-9 RVR 1960).
Era lógico que Saúl se llenara de ansiedad por la situación que estaba pasando. El ataque del enemigo era inminente y el pueblo estaba aterrado. Los hombres de guerra estaban desertando. Él estaba en Gilgal, esperando a Samuel y ya se había cumplido el plazo de los 7 días, en que dijo que llegaría para ofrecer holocaustos y ofrendas de paz a Jehová y enseñarle lo que debía hacer (1 S. 10:8). Pero viendo Saúl que Samuel no llegaba, él mismo ofreció el holocausto. Y justo acabando de ofrecer el holocausto, llega Samuel, y pregunta ¿qué has hecho? (1 S.13:10-12). Saúl dio excusas para justificarse. El esperó a Samuel los días establecidos, pero no lo esperó hasta el final del día, porque el pasaje dice: «… y cuando él acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; significa que el día séptimo aún no había terminado, pero Saúl se justificó, en vez de reconocer que había cometido un error al adelantarse y actuar apresuradamente. Él quiso hacerlo a su manera, usando su propia lógica y estrategia. Pensó que, si ofrecía los holocaustos, Dios lo respaldaría. Se olvidó que Dios se complace en la obediencia a sus palabras y mandamientos (1 S. 15:22). A Samuel, como sacerdote de Jehová, era a quien correspondía ofrecer el sacrificio y no a él, aunque fuera el rey. Si Saúl hubiese esperado un poco más, quizá unos minutos, o una hora, Dios le habría respaldado y le habría dado la victoria, con o sin el pueblo. Para Dios no hay nada imposible. Las consecuencias de esta decisión apresurada de Saúl fueron nefastas para su reinado, pues al desobedecer a Dios, Dios le quitó el trono.
De esta historia, aprendemos muchas lecciones. Primero, no importa el grado de jerarquía que se tenga en el área secular o ministerial, como humanos siempre seremos vulnerables a tomar decisiones apresuradas o equivocadas. Segundo, hay que consultar con Dios antes de tomar cualquier decisión. Tercero, no dejarse presionar por las circunstancias, por muy difíciles que parezcan, hay que esperar la señal de Dios. Cuarto, seguir orando y pedir dirección de Dios, hasta que Él confirme que es su voluntad. Quinto, la voluntad de Dios es agradable y perfecta (Ro. 12:2), la cual se alinea con los principios bíblicos y mandamientos divinos, y nunca va en contra de Dios. Sexto, cuando Dios nos confirme que la decisión que necesitamos tomar es su voluntad, sentiremos paz en nuestro corazón y tendremos éxito.
Oremos a Dios, para que nos dirija siempre en toda decisión que tengamos que tomar, sean sencillas o complicadas. Que sean decisiones aprobadas por Él, y de acuerdo a su perfecta voluntad, y no de acuerdo a la voluntad de los hombres.